Lo único que sabía hacer en la vida era esperar.
Nunca aprendió otra cosa.
«No hace falta» -se decía.
El amor es perder paciencia.
La muerte, hallar sapiencia.
Siempre llegan.
Nadie sabe cuál nos visita primero.
Ergo, Él aprendió a esperar.
Un buen amante es una sala de espera.
Algunos arriban antes.
Otros, justo a horario.
Algunos Otros llegan después del turno.
Él despreciaba estos tres destinos.
Él era devoto del cuarto horizonte.
Él, dejaba pasar los turnos.
Él, estoy hablando de Él, sí.
Durante años esperó que Ella pase por el frente de su casa. Ya había decidido amarla, pero allí, no en otro lado. Porque ahí, en su vereda, El Amante era infalible.
Ella era hermosa.
Todos los hombres del pueblo la deseaban.
Todos, salvo uno.
Él no la deseaba, dejaba pasar los turnos.
Ella lo sabía todo.
Lo de los hombres que la deseaban.
Lo del Amante, que la esperaba.
Fueron pasando los años, unos cuantos, mientras Ella fue cambiando de amores, también unos cuantos. Pero siempre cuidándose muy bien de no pasar jamás por esa vereda siniestra. Hasta que se cayeron varios años del almanaque, ¿qué importa cuántos? Ella se cansó de que solamente la deseen. Entonces Ella decidió que ya era hora que la amen.
Ella, estoy hablando de Ella, sí.
Vestida para seducir, una tarde fue.
Pasó por la casa del Amante.
No vio a nadie ni le ocurrió nada raro.
Esa noche no pudo dormir.
Vestida para el infarto, a la tarde siguiente insistió.
Volvió a pasar, ida y vuelta, por esa vereda fatídica.
Tampoco lo vio, y tampoco le pasó nada.
Dos noches sin dormir ya fue mucho.
A la tercera tarde, confiadísima, se dijo:
“Hoy no solo que pasaré, iré, y llamaré”.
Vestida para la entrega, esa noche fue.
Golpeó la puerta.
Nada.
Suspiró fastidiosamente.
Esperó un instante.
Volvió a golpear.
Y ahora sí sintió unos pasos que provenían desde adentro.
Suspiró de felicidad.
Su corazón, como una premonición, se alteró.
Sintió girar la llave desde adentro.
La puerta se abrió.
El Amante, esbelto, la recibió con un poema entre los dientes.
Clavó el poema en su corazón, y la asesinó.
El umbral se hizo gemido.
La noche bajó los párpados.
Llaveó la puerta por fuera, y se mudó. ///
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